Saluda el Hermano Mayor

Don Pablo Burgos Mejías

A la Cena, con devoción.

 

Con mucho afecto escribo estas líneas que por mor del destino y de la historia me cabe el orgullo de encabezar. La Sagrada Cena es, en mi vida, algo más que una Hermandad, forma parte sustancial de mí deambular terreno, es herencia sublime de aquella aventura que mi padre y otros “locos” empezaron en la Parroquia de San José hace ya para veinte años y que, paradojas del destino, parece como si estuviéramos aquí desde siempre. Desde siempre y para siempre, porque ésta no es una aventura humana y sería imposible entenderla solo desde una óptica terrenal. La Sagrada Cena existe porque Jesús del Amor se empeñó en que existiera y nos embarcó en esta divina peripecia de la mano de su Madre, nuestra Virgen del Patrocinio. Porque, no lo olvidemos, a Jesús siempre se va y se vuelve por María. 

Ninguno de los cofrades de la Hermandad está aquí solo por motivos humanos, nuestras promesas, rezos, devociones, tiene una meta que nos supera y que en palabras sería imposible explicar. Estamos aquí, nosotros también, porque Dios quiere. Y Jesús del Amor es el único que puede juzgar nuestras conciencias e intenciones. Pocos capirotes, pero bien puestos. La Sagrada Cena solo podría desaparecer cuando su Cruz de Guía se pusiera en la calle de su barriada y no hubiera nadie esperando al primer pequeño nazareno de su Cofradía

Y la próxima Pascua, los desvelos nos llevarán, al son de las trabajaderas, al rachear de nuestros pasos, a poner nuestro empeño para que nuestras imágenes de la Sagrada Cena y de Nuestra Señora del Patrocinio deambulan su estación de penitencia por las calles de nuestra Mérida del alma, entre silencios y penas, entre esperanzas y amaneceres. Eso será si Jesús del Amor quiere y nos quita nubes traicioneras.

La Sagrada Cena, la primera en poner su Cruz de Guía por las calles de Mérida, gracias al esfuerzo sus cofrades, contribuirá a que los emeritenses puedan hacer oración con este pasaje andante del evangelio, el más numeroso de la Bimilenaria ciudad.

De eso se trata: de orar y poner los medios para que quienes ven las salidas procesionales de la Semana Santa emeritense lo hagan también. Mi experiencia me dice que nadie da lo que no tiene y para conseguir acercar la Sagrada Cena a quienes la contemplan, hay que ser primero sagrada cena cada uno de los costaleros, cofrades y músicos que la acompañamos. Es este tiempo de silencios, aroma de sonidos, olor de inciensos y claveles, fru-frú de túnicas y capirotes. Es este tiempo de agradecimientos, primero a nuestra Madre del cielo, Señora del Patrocinio, y después a su Hijo que desde la mesa nos reparte el pan. Gracias, porque esa locura de fundar una nueva cofradía ya sazona sus frutos, con el empeño, coraje y esfuerzo, mucho esfuerzo, de los que quienes forjaron este reto. Somos la más pequeña de las Cofradías, la más modesta de las Hermandades, pero en cuanto a ambición sana y a ganas de contribuir para que nuestras creencias no se pierdan, nuestra fe no se diluya y nuestros hijos sean dignos herederos de las más hondas tradiciones…en eso somos gigantes, tan contundentes como nuestro Paso de la Sagrada Cena.

Bienvenidos a nuestra web, un tramo más, virtual de nuestra bendita Hermandad.

Pablo Burgos: El hombre que procesiona.

Languidecía mi parroquia, y con ella sus parroquianos (mea culpa, mea culpa) por esos designios tan peculiares del Señor de la Historia que, con cierta divina guasa, consiente períodos oscuros en su Iglesia para que después nos demos cuenta, pobres hombres, que es Él quien guía nuestras vidas y a su grey encomendada. Y, en esto, llegó Pablo Burgos y fundó la Cofradía de la Sagrada Cena. Cuando me llamó José Antonio Llano, una mañana de viernes de hace dieciocho años, no sospechaba que aquella iba a ser una de las cervezas con más efectos colaterales de mi vida. Me hablaba de un tal Pablo que junto a don Heliodoro estaban creando una Hermandad en mi barriada, la Sagrada Cena y Nuestra Señora del Patrocinio, y me invitaba a unirme a ellos con el expeditivo argumento del porque sí, porque te da la gana. Como los Llano son lo que son y significan para mí lo que significan no creo ni que me pidiera opinión y, al día, siguiente me presentó a Pablo Burgos Guillén.

Desde entonces ha sido, es y será mi Hermano Mayor y su Cruz de Guía mi cruz de guía, compañero en procesión y en ilusionadas convicciones y afanes. Y eso, pese a los inicios balbuceantes con los que empezamos esta aventura vital que comenzó siendo una Santa Pena, por escasez de efectivos (algunos apóstoles los primeros años no se presentaron al convite), desparrame de nazarenos (esa vuelta sin luz tan solitos por las traseras del Teatro Romano) y ausencia de sitio (tuvimos que habilitar una carpa como Casa Hermandad, por ver si escampaba).

Tardamos unos años en juntar a los 12 apóstoles (y algunos más en pagarlos), muchos ensayos para ahormar costaleros (¡que pedazo cuadrilla ahora!), unos cursillos para elevación y sostenimiento de faroles (uno de mis hijos a mi derecha y otro a mi izquierda) muchas oraciones para procesionar como Dios manda y el apoyo de nuestra costurera celestial. Salíamos de milagro y era un milagro lo bien que terminábamos; como soy católico –ahora ya lo son hasta los obispos- creo en los milagros, pero, necesitábamos media docena de ellos para salir, y siempre me surgían dudas de si era mucho pedir tanta urgencia cofradiera. Nunca nos faltaron. Y así, lo que empezó como una aventura se ha convertido en algo con un propósito deliberado: a la felicidad no se llega cómodamente sino haciendo estación de penitencia.

Y aún en esas estamos (por los siglos de los siglos) porque esta hermandad de penitencia no ha hecho más que empezar sus domingos de ramos (convencidos de que Domingo de Ramos puede ser siempre). Y llegaron fieles a San José, contribuyendo a revitalizar lo que dormía, a espolear conciencias y dar vidilla a la parroquia: que si el Vía Crucis, que si el Rosario cuando amanece, que si ahora voy, que si ahora leo…si la vida vale lo que valen tus compromisos el compromiso de la Sagrada Cena con su Parroquia de San José es evidente, fiel y ejemplar.

Todo esto viene a cuento porque “El hombre que procesionaba” o sea, Pablo Burgos Guillén, me dice que los Domingos de Ramos ya no serán igual, me llama para decirme que tiene otra papeleta de sitio, otro lugar, otra manera de llevar el costal. Por no ser ni en el Nevado habrá aquella sublime “garbanzá”. ¡Qué equivocado esta mi Hermano Mayor!; esta Cofradía de la Sagrada Cena vivirá por su impronta (esté o no esté él), por su procesionar con dificultades (el camino que recorremos es el que elegimos), por sus novedades semanasanteras (nosotros estrenamos lágrimas de verdad), por sus arengas bajo el paso “Somos los costaleros, venimos todos a una debajo de los costeros”, porque los de la Sagrada Cena cuando decimos “Al cielo con el del Amor” algo inenarrable sucede en la Barriada de la Argentina y en los corazones de nuestra gente…y alguna emoción más, pero el tramo se hará liviano pues siempre habrá un Pablo Burgos en el costal; seguiremos de milagro en la tarde del domingo de ramos de nuestra vida, pero la procesión no parará. Algunos, Pablo, quizás no te lo vayan a agradecer, Dios, desde luego, sí. Y toda nuestra cera seguirá estando en los cirios del de arriba.

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